Introducción
Hace casi 2.000 años, astrónomos chinos que estudiaban el cielo observaron de repente una estrella nueva: la cual brilló en el firmamento durante unos ocho meses antes de desaparecer. Este fue el primer registro de una supernova, y desde entonces hemos observado menos de diez que sean lo bastante brillantes como para ser vistas a simple vista.
Para los observadores de la Tierra, las supernovas pueden parecer nuevas estrellas brillantes («nova» significa «nueva» en latín), pero en realidad son la explosión que marca la muerte de algunas estrellas, liberando enormes cantidades de energía. La luz de una supernova es tan brillante que durante un breve período de tiempo (de días a meses) puede eclipsar la luz combinada de todas las demás estrellas de una galaxia. La explosión de energía de una supernova destruiría la vida en cualquier planeta situado en un radio de 50 años luz.
Si bien las supernovas son masivamente destructivas, también son responsables de la creación de elementos más pesados que el hierro, que son fundamentales para la vida. Las explosiones de supernovas enriquecen la región del espacio que las rodea con materia como el oxígeno que respiramos y el calcio de nuestros huesos. Las ondas de choque producidas por sus explosiones pueden incluso desencadenar la formación de nuevas estrellas y sistemas planetarios.
El Observatorio Rubin descubrirá alrededor de un millón de supernovas al año. Alrededor de diez mil de estos descubrimientos son un tipo especial de supernova que puede utilizarse para medir las distancias a las galaxias en el Universo.